Nuestra percepción nos ubica en una posición. Además de percibir desde una posición, la descripción que hacemos de lo que percibimos nos posiciona. Posición es perspectiva. Vemos desde una perspectiva y lo que decimos que vemos conforma una perspectiva. Es posición lo que vemos y es posición lo que decimos de vemos. Percibir y describir expresan posiciones en la realidad.
Ahora bien, hay diferentes cualidades de posiciones. No toda posición vale lo mismo. Hay posiciones que disponen a revelaciones, que facilitan expansiones; otras que favorecen confirmaciones y promueven repliegues. Hay posiciones toscas, áridas, que simplifican, reducen y empobrecen la potencialidad de significados que tiene un hecho; otras, en cambio, son matizadas, fértiles, abren complejidad, amplifican y enriquecen la sensibilidad a la dimensión simbólica de los sucesos percibidos. Algunas posiciones proponen intricados juegos de la mente, laberintos de regocijo intelectual y extravío sensible; mientras que otras exponen a nuestra percepción a inseminaciones de una creatividad que desborda nuestras cuadriculadas construcciones de ideas (en apariencia) seguras.
Mientras que hay posiciones que provocan cuestionamientos a lo que damos por cierto, que no nos permiten necesariamente acomodar lo que percibimos a preconfiguraciones de nuestros egos, otras, en cambio, buscan confirmar el mundo que habitamos: son las posiciones fijas.
Para sostener una posición fija distorsionamos lo que percibimos. Percibimos un hecho y de inmediato -a veces de un modo inconsciente, otras con cinismo- lo ajustamos a la conveniencia de nuestra posición fija. No importan los hechos, sino que confirmen una visión ya establecida. Porque sólo confiamos en el protectivo cobijo de la posición fija, no confiamos en lo que percibimos como hecho. ¿Por qué hacemos esto? Porque hicimos identidad en esa posición, porque construimos una imagen satisfactoria de nosotros mismos asentada en esa posición. De modo que, si los hechos negaran la descripción de la realidad que emite nuestra posición fija, entonces nos negarían a nosotros mismos, a lo que somos (o, mejor, a lo que necesitamos creer que somos).
Lo que percibimos puede confirmar o cuestionar lo que creemos ya saber. La libertad perceptiva nos expone a ese riesgo creativo; un trance que sólo puede habilitarse desde posiciones abiertas, no cerradas. Las posiciones fijas necesitan que la realidad percibida coincida con su presupuesto (ideológico, religioso, político, filosófico, o -en definitiva- egoico). Identificado con una posición fija, lo que percibo debe confirmar lo que sé. No puede haber sorpresas, sólo ratificaciones. No puede haber creatividad, sólo reproducción de lo que ya se conoce. Las posiciones fijas no dudan.
Las posiciones fijas se edifican en prejuicios. Valores, principios, ideas, creencias a las que se les atribuye el bien y la verdad. La duda es, por lo tanto, el mal y la falsedad. Dudar genera culpa. Percibir algo distinto a lo que dicta la verdad cristalizada o el dogma de fe de la posición fija es vivido como una amenaza a la integridad personal (lo cual es literalmente cierto). Las posiciones fijas significan a la coherencia como el valor de permanecer en lo conocido, de ser fiel a lo que se cree, por lo que cualquier atrevimiento perceptivo es connotado como una incoherencia o una traición. La paradoja de ser coherente a riesgo de no ser honesto con lo que se percibe. Un conflicto de fidelidades. En verdad, ser honesto con lo que se percibe implica -necesariamente- suspender nuestras creencias, no condicionar lo que nuestra sensibilidad registra a lo que “debemos percibir” para confirmar nuestro mundo. Sujetos a posiciones fijas no podemos evitar el absurdo de negar la evidencia.
Una visión nos ubica en una posición. Pero una posición fija es una visión cristalizada. La libertad y espontaneidad potencial de nuestra sensibilidad perceptiva se secan y malogran en el encantador resguardo del dogma. Ajustados a construcciones mentales fascinantes (las creencias, las ideologías), subordinados a modelos de la realidad heredados (cargados de afecto y obediencia), sacrificamos libertad para ver, desistimos de tomar la responsabilidad y creatividad de nuestras activas respuestas a lo que registramos como real. Nuestras construcciones y modelos (en los que hemos hecho identidad) se hacen responsables por nosotros, con la única condición de resignar toda intuición innovadora. Otra forma de encuentro con Mefisto.
Nuevamente, estamos frente a una dinámica de polaridad que se distorsiona en polarización. O, mejor, podemos presentarlo al revés: la pesadilla de las posiciones fijas que se disuelve en la aceptación del vínculo y la circulación entre polos. El sufrimiento del repliegue en nuestras visiones cristalizadas (confirmatorias de la autoimagen) que se sana en la amorosidad (apertura y confianza) perceptiva. La conciencia de la realidad como tantra entre percepción y descripción, entre supuestos inconscientes e ideas conscientes. La cruz mutable del zodíaco (el eje Géminis-Sagitario, el eje Virgo-Piscis) como dinámica amorosa. La sensibilidad al misterio y la elaboración del pensamiento como cópula.
Alejandro Lodi
Fuente: https://alejandrolodi.wordpress.com/2018/01/04/un-tantra-de-la-percepcion/